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Música

viernes, 19 de marzo de 2010

La aldea perdida

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Invocación
de la novela de Armando Palacio Valdés
La Aldea Perdida







Et in Arcadia ego.

¡Sí, yo también nací y viví en Arcadia! También supe lo que era caminar en la santa inocencia del corazón entre arboledas umbrías, bañarme en los arroyos cristalinos, hollar con mis pies en la alfombra siempre verde. Por la mañana, el rocío dejaba brillantes gotas sobre mis cabellos; al mediodía, el sol tostaba mi rostro, por la tarde, cuando el crepúsculo descendía de lo alto del cielo, tornaba al hogar por el sendero de la montaña y el disco azulado de la luna alumbraba mis pasos. Sonaban las esquilas del ganado, mugían los terneros, detrás del rebaño marchábamos rapaces y rapazas cantando a coro un antiguo romance. Todo en la tierra era reposo; en el aire todo amor. Al llegar a la aldea, mi padre me recibía con un beso. El fuego chisporroteaba alegremente, la cena humeaba; una vieja servidora narraba después la historia de alguna doncella encantada, y yo quedaba dulcemente dormido sobre el regazo de mi madre.



La Arcadia ya no existe. Huyó la dicha y la inocencia de aquel valle. ¡Tan lejano! ¡Tan escondido rinconcito mío! Y sin embargo, te vieron algunos hombres sedientos de riqueza. Armados de piqueta, cayeron sobre ti y desgarraron tu seno virginal y profanaron tu belleza inmaculada. ¡Oh, si hubieras podido huir de ellos como el almizclero del cazador dejando en sus manos tu tesoro!



Muchos días, muchos hace que camino lejos de ti, pero tu recuerdo vive y vivirá siempre conmigo. ¡Y aún no te he cantado, hermosa tierra donde vi por vez primera la luz del día! Mi musa circuló ya caprichosa y errante por todo el ámbito de nuestra patria. Navegó entre rugientes tempestades por el océano, paseó entre naranjas por las playas de Levante; subió las escaleras de los palacios y se sentó en la mesa de los poderosos, bajó a las cabañas de los pobres y compartió su pan amasado con lágrimas, se estremeció de amor por las noches bajo la reja andaluza; elevó plegarias al Altísimo en el silencio de los claustros, cantó enronquecida y frenética en las zambras.



¡Y aún no ha cantado a los héroes de mi infancia! ¡Aún no te ha cantado, magnánimo Nolo! ¡Ni a ti, intrépido Celso! ¡Ni a ti, ingenioso Quino! ¡Aún no ha caído a tus pies, bella Demetria, la flor más espléndida que brotó de los campos de mi tierra! Hora es ya de hacerlo antes que la parca siegue mi garganta.



Viajero, si algún día escalas las montañas de Asturias y tropiezas con la tumba del poeta, deja sobre ella una rama de madreselva. Así, Dios te bendiga y guíe tus pasos con felicidad por el Principado.



Y vosotras, sagradas musas, vosotras a quien rendí toda la vida culto fervoroso y desinteresado, asistid una vez más coronad mis sienes, que éste, mi último canto, sea el más suave de todos. Haced, musas celestes, que suene grato en el oído de los hombres y que, permitiéndoles olvidar un momento sus cuidados, les ayude a soportar la pesadumbre de la vida.

4 comentarios:

Fabi dijo...

Que buena musica entrando en tu casa, me quedo leyendo tus escritos con mucho gusto!!!
Un beso, preciosa, y feliz fin de semana!

Abedugu dijo...

:-) LLevo un rato pegándome con el invento este para poder escuchar la música, pero no me hace ni caso.

Me gustan las novelas de Palacio Valdés con su forma de escribir tan diferente a como se hace ahora. Cuando las lees es como si te trasladaras a otra época no sólo por lo que narra si no por como escribe.
Un abrazo y buen fin de semana.

D. Herque dijo...

La tumba de un poeta que vive en cada soplo, en cada aliento, de esa bella tierra.

Gracias por ser anfitriona de un paraíso.

Beso.

Y puedes usar mis renglones, en tus manos seguro que estarán en la santa inocencia del corazón.

Leodegundia dijo...

:-) Me parece que tú andas más perdida que la aldea de Palacio Valdés, ya vine varias veces y en tu casa no hay movimiento.
Un abrazo y si te fuiste de vacaciones de Semana Santa, que las disfrutes.